Moverse en el entorno es una actividad esencial de la vida de la persona. Mantener la capacidad de coordinación, agilidad, flexibilidad, equilibrio, fuerza y resistencia es indicativo de una buena forma física que ayuda a evitar la inmovilidad. El deterioro de la movilidad es el problema más frecuente en personas mayores que tienen que ser hospitalizadas y en las que están ingresadas en residencias. Socialmente la inmovilidad tiene importantes repercusiones sanitarias, económicas y familiares, y es uno de los factores que puede hacer decidir el ingreso de la persona en un centro.
Existen causas fisiológicas, relacionadas con enfermedades ambientales y sociales, que explican el síndrome de inmovilidad. Algunas de estas causas fisiológicas son: dolor, disminución de la fuerza y de la masa muscular, malnutrición, anemias, alteraciones visuales y auditivas, reposo prolongado en la cama, miedo a caer, efectos adversos a los medicamentos, sujeciones, etc. Y enfermedades que favorecen su aparición como las del sistema musculoesquelético (artritis, osteoporosis); problemas neurológicos (enfermedad de Parkinson, ictus, demencias); y enfermedades cardiorrespiratorias, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Existe otro grupo de causas que pueden influir en la aparición de la inmovilidad que están relacionadas con el lugar donde se vive (obstáculos, escaleras, suelos resbaladizos, programas limitados de actividades físicas y sociales, etc.), con una actitud pasiva por parte de la persona que la sufre, y con una actitud pasiva y sobreprotectora de los cuidadores que para impedir caídas evitan que la persona se mueva.
Cuando la inmovilidad se presenta de manera aguda se tiene que considerar una urgencia, ya que generalmente esconde la existencia de enfermedades y problemas que comprometerán la vida y la capacidad funcional de la persona, y que, si se abordan pronto y correctamente, pueden ser reversibles. Cuando la inmovilidad ya está instaurada, evoluciona y desencadena una cascada de consecuencias a menudo más graves que las causas desencadenantes.
Las consecuencias de la inmovilidad aparecen en todo la organismo, y son una amenaza para todos los sistemas del cuerpo (pérdida de juego articular, pérdida de masa y fuerza muscular y ósea, problemas cardiovasculares como la aparición de trombosis, problemas respiratorios, desequilibrio metabólico, problemas urinarios y más vulnerabilidad a las infecciones, estreñimiento, llagas por decúbito, insomnio, etc.). En los aspectos psicosocial y cultural la inmovilidad es un riesgo para sufrir depresión, aislamiento social y ansiedad, con consecuencias asociadas como una baja autoestima, apatía, irritabilidad, tristeza, dificultades de concentración, etc.
Se recomienda:
- Las actitudes de las personas cuidadoras son capitales para prevenir y minimizar el impacto de la inmovilidad. Es necesario que conozcan las consecuencias de la inmovilidad y la manera de evitarla y retrasarla.
- Enseñar a la persona y a sus cuidadores las intervenciones necesarias para evitar la inmovilización prolongada.
- Abandonar la cama lo antes posible. El paso de la posición de decúbito a la sedestación (estar sentado) y a la bipedestación (estar de pie) se tiene que hacer progresiva y paulatinamente.
- Valorar la necesidad de ayudas técnicas y adaptaciones para caminar y para el hogar.
- Si la persona tiene que mantener la inmovilidad hay que tener presente los cuidados específicos siguientes: prevenir las úlceras de la piel, hidratar la piel y hacerle masajes, mantener cambios posturales, hacer una buena higiene y mantener la cama limpia y sin arrugas, asegurar una dieta adecuada, prestar atención a la posición de la persona, mantener la alineación corporal y realizar movimientos articulares activos y pasivos.
Información extraída de Enfermería Virtual: