Podríamos considerar al cuerpo
como una interfaz entre el mundo espiritual y el mundo físico, siendo así,
vendría a funcionar como una herramienta llamada a canalizar nuestra energía y
actualizarla de manera eficaz en nuestra vida cotidiana. A lo largo de nuestra
vida nos vemos inclinados a identificarnos mayormente con el cuerpo físico y
con todas las diatribas y circunstancias que le rodean, quedando el plano
espiritual soterrado bajo la lustrosa apariencia del mundo meramente material.
Sin embargo, desde la profundidad de nuestro ser podemos sentir, en mayor o
menor medida la necesidad para algunos y la sensación para otros de que quizás
existe algo más, algo que pudiera perdurar al cuerpo físico, una fuerza o
energía interior a la que quizás no hemos sabido o podido dedicar la atención
que merece.
Todo esto se hace si
acaso más patente en la tercera edad, cuando sentimos que la vida física está
próxima a expirar para convertirse en mero recuerdo, es cuando el velo de la
espiritualidad se hace más liviano…será la vida únicamente un relámpago de
conciencia entre dos eternidades de tinieblas o verdaderamente existe una
conciencia profunda y eterna capaz de trasladarnos a otro plano y permitirnos
contemplar nuestra existencia desde una atalaya ciertamente reveladora.
A lo largo de los
años hemos podido comprobar que el tema de la espiritualidad en la tercera edad
no es cuestión baladí, más bien al contrario. Las personas agradecerían un
espacio en el que poder exponer sus dudas, sensaciones y pensamientos al respecto,
comunicar, que es en definitiva uno de los objetivos fundamentales de esta
vida. Comunicar, relacionarse y tener la oportunidad de actualizar todo el
potencial que espera imperecedero en la conciencia del yo profundo de nuestro
ser.
En este espacio, por
supuesto no cabría entrar a juzgar la fe, creencias o dogmas de cada persona,
más bien se trataría de trabajar esta conciencia profunda y aprender a vivir
desde ahí, aprender a relativizar las cuestiones más mundanas, aquellas con las
que alimentamos a nuestro personaje físico y que acaban convirtiendo nuestro
cuerpo-mente en una suerte de frontón que trata de responder a las
circunstancias de la vida como buenamente puede y que, en ocasiones, pueden
haber generado una serie de bloqueos emocionales que resultan una auténtica
rémora para su organismo.
Creemos pues que es
importante encontrar el sentido de la vida, una explicación que aporte claridad
y serenidad a las luces y sombras que hemos vivido y que nos permita observarlo
todo desde la profunda calma para que, lejos de reproches y arrepentimientos,
podamos entender, amar y respetar a ese personaje que nos ha acompañado y que,
en cualquier caso, ha hecho lo que ha podido.
Desde la
serenidad y experiencia que aporta la vejez resulta muy gratificante poder
trabajar, mediante técnicas de relajación y meditación, ese contacto con
nuestro yo profundo, con ese manantial de energía que sigue ahí esperando que
le demos la oportunidad de expresarse, de expresar toda su plenitud. De
hacernos, en definitiva, más felices.