En el trayecto de nuestra historia han coexistido,
generalmente, dos formas de entender a las personas mayores. Por un lado, han
sido vistas como personas savias con experiencia acumulada y conocimientos a lo
largo de su vida. Por otro lado, como personas dependientes, con una red social
pobre y enfermas.
El edadismo se conoce como la discriminación a personas
y/o colectivos con motivo de su edad, siendo esta la tercera causa de
discriminación (después del sexismo y el racismo). Esta exclusión contempla una
serie de estereotipos y discriminaciones a razón de los años del individuo/a. Algunos
de los prejuicios más comunes en relación a este grupo son:
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Las personas mayores son
enfermas y frágiles,
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Las personas mayores se
olvidan de las cosas
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Las personas mayores no
pueden aprender cosas nuevas
Estos clichés no sólo están presentes en las
conversaciones entre amigos sinó que lo
leemos en los periódico y/o vemos a través de la televisión y redes
sociales. Nuestra sociedad debe ser consciente de como este trato afecta a nuestros
mayores, minvando su autoestima y salud.
Hacer frente a esta discriminación no depende
únicamente de las políticas sociales de nuestro gobierno o de nuevas estrategias
de los medios comunicación. Este cambio empieza con un compromiso individual,
entendiendo que cada persona mayor es valiosa, tiene una historia de vida y
deseos por cumplir.
Dice Paulo Freire: “Nadie es viejo porque nació hace mucho tiempo o joven porque nació
hace poco. Somos viejos o jóvenes en función de cómo entendemos el mundo, de la
disponibilidad con la que nos dedicamos curiosos al saber, cuya conquista jamás
cansa y cuyo descubrimiento jamás nos deja pasivos e insatisfechos”.
Judit
Fernández
Treballadora
Social a Centros Amunt